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Las Listas de Espera empiezan en las Cajas Registradoras de muchos

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Vivimos en un tiempo en el que todo parece negociable, incluso lo que no debería serlo: nuestra responsabilidad colectiva.

Cuando pagamos con tarjeta, cuando pedimos factura, cuando exigimos que las cosas se hagan bien, no estamos solo cumpliendo una obligación legal: estamos defendiendo la dignidad de una sociedad que no se rinde al cinismo ni a la trampa.

Porque cada euro que se oculta, cada factura que no se emite, es una herida abierta en el cuerpo común que compartimos.

No es solo una cuestión de dinero. Es salud. Es educación. Es seguridad social. Es la diferencia entre que una madre o un padre puedan operar a su hijo a tiempo o que esperen meses en una lista que no avanza.

Es el médico que falta en el centro de salud, la ambulancia que no llega, el profesional que ya no puede más.

Es gente que muere en urgencias esperando una cama que no existe, mientras otros celebran “haber ahorrado el IVA” en metálico. Eso es lo que cuesta el fraude: vidas, oportunidades, futuro.

Y mientras tanto, quienes no tributan —o tributan solo lo que se les escapa— son muchas veces los que más gritan. Se quejan de las listas de espera, de los colegios sin profesorado, de las pensiones bajas.

Pero no hay derecho a exigir lo que uno mismo no ayuda a sostener. No se puede vivir en un país sin querer formar parte de él. Quien se beneficia sin aportar está robando dos veces: al Estado y a la confianza de quienes sí cumplen.

Un país no se construye solo con buenas intenciones, sino con hechos. Cumplir con nuestra responsabilidad fiscal no es solo pagar lo que toca: es dignificar lo que somos como pueblo, demostrar que creemos en la comunidad, que nos importa el bienestar de la persona que tenemos al lado, aunque no la conozcamos.

Porque al final, todo esto no se trata de dinero, sino de algo mucho más valioso: de ser personas decentes en un país que queremos que sea mejor para todos.

Y si ese es el objetivo, entonces no hay excusa que justifique el fraude. No hay apagón ético que pueda detenernos cuando decidimos vestirnos con la luz de la honestidad.

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