¿Dimisión? ¿Qué es eso?

En la política española se ha instalado una preocupante costumbre: la de resistirlo todo, incluso lo que debería bastar para dar un paso atrás. Una suerte de blindaje moral que convierte la dimisión —ese gesto de responsabilidad y honor— en una especie de reliquia olvidada.

En los últimos tiempos, Pedro Sánchez, Carlos Mazón, Juan Manuel Moreno, Francina Armengol o Fernando Grande-Marlaska han protagonizado episodios que, en cualquier país con una cultura política más exigente, habrían desembocado en una dimisión inmediata. En cambio, todos ellos siguen firmes en sus cargos, parapetados tras discursos de legitimidad, lealtades internas o la excusa del “no soy yo, son los demás”.

No se trata aquí de juzgar causas concretas ni de señalar ideologías. El problema no es de colores, sino de valores.
Cuando se pierde el sentido del honor, cuando la responsabilidad se convierte en cálculo y la autocrítica en debilidad, el sistema democrático se empobrece.

La dimisión no es un castigo: es una forma de respeto. Respeto hacia la institución, hacia los votantes y, sobre todo, hacia uno mismo. Significa reconocer que los errores —propios o bajo su mando— tienen consecuencias. Que quien gobierna no es dueño del poder, sino su depositario temporal.

En otras culturas, la deshonra se afrontaba con gestos extremos. En el Japón feudal, el hara-kiri era una manera radical de asumir la vergüenza por el fracaso. Nadie propone volver a semejantes prácticas, pero sí rescatar el espíritu de responsabilidad que las inspiraba. En la Europa clásica, el político deshonrado se retiraba de la vida pública; en algunos países nórdicos, basta una duda sobre la integridad personal para presentar la renuncia antes de que lo exija la opinión pública.

Aquí, en cambio, hemos normalizado la resistencia como mérito, como si aferrarse al sillón fuera sinónimo de fortaleza. Y así, poco a poco, el concepto de honor se diluye entre comunicados y ruedas de prensa.

Quizá ha llegado el momento de recordar que el verdadero poder no está en permanecer, sino en saber irse a tiempo.
Dimitir, cuando corresponde, no es rendirse: es una forma superior de responsabilidad.
Y si un país quiere recuperar el respeto por sus instituciones, debe empezar por recuperar el respeto por la palabra honor.

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