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Cuando el dinero no cura: Ayudas que salvan votos, pero no vidas

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En España, un país que presume de estado del bienestar, sorprende —y duele— que tantas personas sigan abandonadas. No hablamos de lujos, ni de promesas rotas por falta de voluntad política. Hablamos de agua, de salud, de derechos básicos. Y mientras tanto, se anuncian ayudas llamativas y populistas, bienintencionadas quizás, pero que suenan a insulto cuando quienes más sufren aún esperan lo mínimo para sobrevivir.

ELA: Una ley sin alma si no llega el dinero
La Ley ELA fue aplaudida por todos los partidos. Unánime. Histórica. Y sin embargo, vacía. Porque más de medio año después de su aprobación, los enfermos siguen sin recibir asistencia 24 horas. Las familias siguen cubriendo los costes —más de 100.000 euros anuales en fases avanzadas— con sus propios medios, si pueden. Muchos no pueden. Muchos ya no están.

No es solo falta de dinero. Es falta de humanidad. Es una deuda moral.

Pueblos sin agua ni conexión: ¿de qué país estamos hablando?
En Grijalba, Burgos, llevan 13 años sin agua potable. En Zamora, Asturias o Ciudad Real, hay pueblos donde no hay cobertura móvil ni internet. ¿Cómo puede ser que seamos capaces de recibir una señal desde Marte, pero no podamos garantizar que un ciudadano de un pequeño pueblo llame por teléfono o beba agua sin riesgos?

La España vaciada no solo está vacía de gente. Está vacía de justicia.

Catástrofes y olvido: Lorca, La Palma, la DANA…
Terremotos, volcanes, inundaciones. Las tragedias no avisan, pero el olvido institucional sí se repite. A 14 años del terremoto de Lorca, hay familias que aún esperan las ayudas prometidas. En La Palma, damnificados por la lava siguen en condiciones precarias. En la Comunidad Valenciana, tras la DANA de 2024, las ayudas avanzan con desesperante lentitud.

«Nadie se quedará atrás», dijeron. Pero muchos siguen ahí. Atrás.

Las otras ayudas: ¿Cuándo es el momento justo?
Ayudar a todos los niños a comprar gafas o a que un joven acceda a la cultura es valioso, pero no es urgente. No si antes no se ha ayudado a respirar a quien tiene ELA. No si antes no se ha garantizado agua a quien abre el grifo y no sale nada. No si antes no se ha devuelto el hogar a quien lo perdió por fuego, agua o tierra.

La reciente ayuda de 100 euros para gafas a todos los menores de 16 años —sin tener en cuenta la renta familiar— o el Bono Cultural Joven de 400 euros son medidas con buena prensa. Pero ¿son justas cuando no se ha atendido a los más vulnerables? ¿Es equitativo regalar descuentos mientras algunos solo piden vivir con dignidad?

No se trata de eliminar estas ayudas. Se trata de ordenarlas, de priorizar, de recordar que un Estado fuerte no es el que más reparte, sino el que mejor cuida a quien más lo necesita.

El país que podríamos ser
Las ayudas no son malas. Lo populista no está en dar, sino en dar sin pensar. En hacerlo sin justicia social. En hacerlo buscando votos y no bienestar.

Sí a las gafas, sí al teatro, sí al pequeño comercio. Pero después del agua, después de la salud, después de la vida. Porque solo cuando lo urgente está resuelto, podemos ocuparnos de lo importante.

Solo entonces dejaremos de comprar votos y empezaremos, por fin, a construir país.

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